domingo, 26 de diciembre de 2010

Lady Gaga, la última plusmarquista del éxito.


Lady Gaga se ha convertido en el breve plazo de dos años en la mayor apuesta del negocio del entretenimiento. Personaje y persona se funden en una sola entidad en esta artista neoyorquina que supera ampliamente el listón dejado por Madonna en provocación y escándalo

En el mundo del espectáculo, como en el del deporte de competición, lo importante es batir marcas, anotarse récords. Sacarle unos segundos de ventaja al anterior campeón. Eso es exactamente lo que está haciendo una jovencita estadounidense de origen italiano llamada Lady Gaga. Artista más influyente para la revista Time, más popular incluso que el presidente Obama en Facebook, ya ocupa un tercer puesto (aunque en línea ascendente) entre los más seguidos en Twitter. Credenciales valiosísimas en un mundo donde las redes sociales amenazan con suplantar a la vida. Pero Lady Gaga tiene más supermarcas en su haber. Ha vendido 11 millones y medio de copias de los dos álbumes que lleva publicados, y 40 millones de sencillos. El año pasado se vendieron 9,8 millones de copias legales de su tema Poker face. Y la gira mundial para popularizar su segundo álbum, The Fame Monster, ha sido un éxito superlativo. En Barcelona, miles de chicos y chicas, algunos jovencísimos, pasaron horas a la intemperie para verla y tocarla. En su concierto de Madrid, ocurrió otro tanto. Y en el de Londres, y en el de París, retrasado por el caos aeroportuario de hace unos días. Teniendo en cuenta lo reciente de su éxito (solo ha publicado dos álbumes, el primero en 2008, y prepara un tercero), todo el mundo le augura un futuro de éxitos y superventas que deje pequeños a los conseguidos por Michael Jackson y Madonna, dos de sus inspiradores más claros.

Lady Gaga parece dispuesta a todo para superarlos. Si Madonna toqueteaba a sus bailarines, y decía algún taco en escena, Lady Gaga se restriega contra ellos y grita ante la audiencia: "Ya habréis oído que tengo una polla gorda italiana. Venga, ¡ahora sacaos las vuestras!". Si Madonna usaba crucifijos de manera provocativa, Lady Gaga se los coloca en el sexo o en los pechos, y en sus vídeos es capaz de asesinar a un maltratador o ligar con otra reclusa en la cárcel glamourosa e irreal que nos presenta en su videoclip Telephone. La industria del entretenimiento descubrió hace tiempo que las chicas malas funcionan admirablemente en taquilla, y Lady Gaga quiere ser la peor, la más lenguaraz y transgresora, siempre en aras de la autoafirmación. A sus seguidores les insta a ser "ellos mismos" y en una ocasión envió decenas de pizzas a los que hacían cola en una tienda de Los Ángeles para comprar su nuevo álbum. Ella no se considera un producto más del show business, sino una verdadera artista, en la estela de Andy Warhol y de Marina Abramovic. Como la performer serbia, está dispuesta a explorar todos los límites. Lo malo es que, al contrario que Abramovic, ella tiene legión de admiradores demasiado jóvenes muchos de ellos como para entender la trampa que encierran sus lemas. ¿Podemos los humanos saltarnos todas las barreras, frágiles y perecederos como somos, y necesitados de la sociedad?
Pero así es Lady Gaga. Sin quitarle mérito a su voz, a su estilo musical híbrido y pegadizo, a su extraordinaria puesta en escena, el éxito de Gaga está en el personaje que ha construido. Al contrario que Madonna o David Bowie o muchas otras de las estrellas que le han precedido, Lady Gaga es, o quiere ser, solo su personaje. Una especie de sacerdotisa de la excentricidad reconocida por sus más ardientes seguidores como "la madre monstruo" mientras ellos se consideran los "monstruitos". Lady Gaga declara su odio a la verdad: "Ved hasta dónde se puede llegar soltando trolas", dice sin inmutarse, pero es lo bastante correcta políticamente como para actuar sin escándalos ante la reina de Inglaterra, y apoyar causas razonables y bien vistas como la lucha contra el sida y la defensa de los homosexuales. Ella misma alienta las dudas sobre su género sexual. ¿Es hombre, es mujer, es hermafrodita? Su diseñador personal, Nicola Formichetti, quedó impresionado de la belleza de su cuerpo cuando la vio desnuda. "Tiene esa clase de tipo delgado supersexy de supermodelo", ha dicho.
Formichetti, hijo de japonesa e italiano, es uno de los responsables del éxito de la estrella. Además de director de moda de la firma japonesa Uniqlo, y diseñador de Thierry Mugler, es el creador de golpes de efecto inolvidables, como el traje de carne que lució la artista hace poco. Una prenda única hecha con capas de filetes que envolvían su cuerpo. De Formichetti es también el incalificable atuendo confeccionado con las bandas de plástico del "prohibido pasar" que coloca la policía en los escenarios de algún suceso. Últimamente, Lady Gaga luce también trajes de Armani Privé, pero siempre con un toque personal de su estilista que convierte a estas ropas en algo único. Y puede que estos modelos retocados especialmente para ella sean la metáfora del personaje, lujo convencional adaptado a las exigencias del escándalo.

Niña prodigio

Stefani Joanne Angelina Germanotta, nacida en Nueva York el 28 de marzo de 1986, fue si nos atenemos a la biografía oficial, una niña prodigio que aprendió a tocar el piano "de oído" a los 4 años. De familia italo-americana, estudió en un colegio privado religioso al que fueron también las hermanas Paris y Nicky Hilton. A los 17 años ingresó en la escuela de arte Tisch de la Universidad de Nueva York y de ahí se lanzó a la música. Grabó algunos temas, como Boys, boys, boys, con poco más de 19 años, y actuó en clubes de Manhattan, hasta que conoció al productor musical Rob Fusari que la bautizó como Lady Gaga, en honor de un tema del desaparecido Freddie Mercury, vocalista de Queen.

Un reportaje de El País.
La Casa de Gaga.

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